‘Un ballo in maschera’ política y romance entrelazados

OLGA CONNOR
Especial/El Nuevo Herald

Con una trama entre la traición y el romance, ‘Un baile de máscaras’, de Giuseppi Verdi, sube a escena con la Florida Grand Opera

Las exigencias de la censura cambiaron los personajes y hasta el país donde se desarrollaba la ópera Un ballo in maschera (Un baile de máscaras) de Giuseppe Verdi, pero no alteraron el hecho de que es una de las mejor logradas. El genial compositor, autor de 27 óperas, estaba en la mitad de su carrera cuando le comisionaron que la escribiera para estrenarse en Nápoles. Los múltiples problemas que le causaron los censores napolitanos ocasionaron el traslado de su estreno a Roma en 1859.

De gran colorido musical e intensa caracterización de los personajes, Un ballo in maschera se consideró su mayor éxito después de Il trovatore, seis años antes. El origen histórico de la trama fue el asesinato del rey Gustavo III de Suecia, interpretado de forma romántica; pero los censores se opusieron a la idea de un regicidio en el escenario y el drama cambió la ciudad de Estocolmo por el de la puritana Boston.

La Florida Grand Opera trae al tenor norteamericano Steven Harrison y a la soprano británica Claire Rutter en los papeles principales, para estrenarla este sábado 30 de abril en el Miami-Dade County Auditorium, y luego en el Broward Center for the Performing Arts.

Harrison, en el papel de Riccardo, Earl of Warwick –originalmente el rey Gustavo– ama a Amelia (Rutter), la esposa de su mejor amigo, Renato. Esto conduce a un complot para matarlo en un baile de máscaras. Su paje Oscar –que aquí lo interpreta una mujer vestida de hombre, Sarah Coburn– trata de ocultar su disfraz, pero lo confunden, lo que tendrá consecuencias trágicas.

”Hace 10 años exactamente comencé mi carrera aquí con una parte pequeña en The Flying Dutchman, de Wagner; yo no tenía experiencia en el escenario operístico, yo era músico”, cuenta Harrison. “He vuelto en el rol más exigente para un tenor: cuatro arias en el primer acto, un duetto en el segundo y el gran final”.
”Pero la música es muy divertida, y el personaje es apasionado y juguetón, siempre entrando y saliendo de las situaciones emocionales”, aclara el tenor, lo que describe los rasgos de Verdi.

Harrison se ha destacado en el papel de Werther, que él describe con gran entusiasmo. ”Es tan expuesto y tan íntimo que se respira en el escenario”, dice. Y se ve que vive el mundo de la ópera, pues tiende a preferir las de personajes puros y honestos, como los de La Boheme y Aída, que difieren del Pinkerton de Madame Butterfly, por ejemplo. Para él, la situación dramática es tan importante como el canto. ”Si no se está imbuido en la emoción del personaje”, explica, ”no se puede vibrar con esa última nota de desesperación, como cuando Don José mata a Carmen”. Su voz ha sido descrita como de mucho colorido, que lo mismo puede cantar un Edgardo en Lucia di Lammermoor, que un Rodolfo en La Boheme. Se le ha comparado a Plácido Domingo, por esa versatilidad en el repertorio y por la cualidad de la voz.

En su primer viaje a Miami, la soprano Claire Rutter comenta que considera lo dramático del personaje lo más difícil de interpretar. “Es casi la misma historia de Otelo, con una gran emoción, que desgasta. Yo soy en cierta forma la víctima, pierdo al hombre que amo platónicamente, el tenor, pero no he traicionado a mi esposo, y él cree que sí lo he hecho, por lo que tengo que enfrentarme a las consecuencias”.

Al igual que Harrison, que no pensó en ser cantante de ópera, Rutter comenzó estudiando actuación, pero en el proceso de interpretar una pantomima la hicieron cantar, y ahí se alteró su destino. Aclamada por la crítica de Londres, considera su Amelia una de sus favoritas, junto con la Violetta en La traviata, y la Anna de Don Giovanni, de Mozart. Es soprano dramática, pero se atreve a imitar a Barbra Streisand, Liza Minnelli, y otras, pues también es una belter. Su voz tiene tales registros que en una grabación de un álbum de Navidad se requería la voz de un niño y ella lo sustituyó, haciendo un dueto consigo mismo. ”Nadie lo notó”, apunta sonriendo, “en la cubierta llamaron al niño Eric Trauolert, un anagrama de mi nombre”.